Ceder es la forma correcta de escribir esta palabra. Seder es una incorrección y, como tal, es conveniente evitarla.
Ceder es un verbo que puede significar dar, traspasar o transferir algo a alguien, disminuir o desaparecer la resistencia de algo o alguien, mitigar o disminuir la fuerza o intensidad de una cosa, o romperse o soltarse algo que estaba sujeto, entre otras cosas.
Por ejemplo:
- Mi padre me cedió su negocio cuando se quiso jubilar.
- Pedro cederá su silla para que se siente la señora.
- El presidente no siempre cedía a las peticiones de los trabajadores.
- Rita no cede en su empeño de irse de la fiesta.
- La lluvia fue cediendo hacia el final de la tarde.
- Los incendios cedieron durante el fin de semana.
- La soga cedió y la cama se cayó del carro.
La palabra, como tal, proviene del latín cedĕre, de allí que desde su origen etimológico sea escrita con c. La forma incorrecta seder es producto de la confusión que existe entre los hispanohablantes de América entre la c antes de la e y la i, y la s, puesto que se pronuncian exactamente igual. Es por ello que hay que estar muy atentos para no cometer este error a la hora de escribir.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.