Callar es un verbo que puede significar omitir o no decir algo, no hablar o guardar silencio, cesar de hablar, dejar de hacer ruido o parar algo de sonar. Cayar, por su parte, no existe, y constituye una incorrección ortográfica.
Sin embargo, hay formas del verbo callar que coinciden con palabras homófonas escritas con y en lugar de ll, como las que tenemos a continuación.
Callo o cayo
Callo es el verbo callar conjugado en primera persona de singular de presente en modo indicativo. También puede ser un sustantivo que designa la dureza formada en un tejido por acción del roce constante, o las chapas que refuerzan las pezuñas de las vacas o bueyes. Un cayo, por su parte, es una isla rasa muy pequeña.
Por ejemplo:
- Fuimos a pasar un día de sol en el cayo.
- Yo callo, pero tú tampoco debes decir nada.
- Estos zapatos me han formado callos.
Callado y callada o cayado y cayada
Callado es el participio del verbo callar que se utiliza para formar los tiempos compuestos. Callado y callada, por su parte, son adjetivos equivalentes a silencioso o hecho con silencio o con reserva. Callada también puede ser un sustantivo que se refiere al silencio o el efecto de callar, a la cesación del ruido del viento o de la agitación del mar, o a la francachela donde se sirven los callos.
Cayada y cayado, por otro lado, son sustantivos que se refieren a un tipo de bastón, corvo en la parte superior, que usan comúnmente los pastores.
Por ejemplo:
- He callado para mantener la armonía, y ahora me arrepiento.
- Debes permanecer callado.
- Los detectives hicieron las averiguaciones a la callada.
- Me han servido este callado a rebosar.
- El pastor se apoyaba sobre el cayado mientras veía a las ovejas pastar.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.