La forma plural de café es cafés. Es incorrecta y conviene evitar la forma cafeses, propia del lenguaje coloquial, al igual que su variante cafeces.
Café es un sustantivo cuya última vocal es una -e tónica. Su plural se forma agregando únicamente una -s al final de la palabra. Los plurales terminados en -ses, en este sentido, son considerados un uso vulgar.
La palabra café, como tal, se refiere a una planta o a su semilla, a partir de la cual se prepara una bebida que se hace por infusión de la semilla del cafeto, luego de haber sido tostada y molida. También se llama café al establecimiento donde se vende café. Finalmente, café también puede ser el nombre de un tono de marrón, parecido al del café.
Por ejemplo:
- La atención estuvo bien, aunque sirvieron los cafés con mucho retraso.
- Esta zona de la ciudad está llena de cafés.
- Tienes unos ojos cafés muy lindos.
Conviene apuntar que la confusión con la formación de plurales de sustantivos terminados en vocal tónica es una situación que se repite con otros sustantivos en español, como pieses, en lugar de pies; papases, antes que papás; manises, por maníes; o sofases, por sofás, etc.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.

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