La forma verbal correcta es quepo, primera persona del presente del verbo caber. No es correcto usar cabo en ese sentido, pues cabo no es una forma verbal admisible de caber, sino un sustantivo. Es una confusión relativamente común entre los hablantes de español.
Cuándo usar quepo
Quepo es el verbo caber conjugado en primera persona del singular de presente de modo indicativo; puede usarse con distintos sentidos: entrar algo o alguien en un lugar, pasar o entrar por una abertura o paso, corresponder o tocar algo a alguien, ser algo posible o natural. La acepción en la que se genera la confusión es, por lo general, aquella referida a entrar algo o alguien en un sitio.
Por ejemplo:
- Deben apartarse para que me pueda sentar, no quepo entre ustedes dos.
- “No quepo por ese agujero”, dijo el ratón.
Cuándo usar cabo
Es incorrecto usar cabo como forma verbal conjugada en primera persona del presente del verbo caber, en cuyo caso lo correcto es decir quepo. Cabo es un sustantivo que puede referirse al extremo de una cosa; a un hilo, una cuerda; a una lengua de tierra que adentra en el mar; a una parte, un lugar; al fin o término de algo, o a un grado militar.
Por ejemplo:
- Tomó la cuerda por el cabo.
- El cuchillo siempre se entrega por el cabo.
- Dobló el cabo de Buena Esperanza.
- Dígale al cabo que se presente ante su capitán.
- Al fin y al cabo, ¿quién dijo que nos postulamos para ganar?

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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