Burós es la forma correcta de escribir el plural de la palabra buró. La forma buroes, por su parte, es considerada una forma vulgar y, en consecuencia, conviene evitarse.
Buró puede referirse a un mueble utilizado para escribir que se cierra mediante un sistema de tablero abatible, a un órgano dirigente en ciertas organizaciones, sobre todo en los partidos políticos, o, en México, a una mesa de noche. La palabra, como tal, es la adaptación al español de la palabra francesa bureau.
Por ejemplo:
- De todos los burós que vio, el que más le gustó fue uno de caoba.
- Se sentó en su buró a revisar los documentos de la venta.
- La dirigente sindical aseguró que los burós estaban favoreciendo los intereses particulares de sus integrantes.
- Imaginó los burós de mil casas, con sus lámparas de noche, sus relojes digitales, sus pilas de libros por leer.
Buró es un sustantivo masculino cuya última vocal es una -o tónica. Para la formación de su plural solo es necesario agregar una -s final: burós.
En palabras como buró, sofá, maní o café, que presentan una vocal final tónica, son consideradas vulgares las formas de plural que se constituyen agregando la terminación -es o -ses, como buroes, sofases, manises o cafeses, donde lo correcto habría sido decir: burós, sofás, manís, cafés.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.