Una boya es un objeto flotante que se usa como señal advertencia en las aguas, o el verbo boyar, que significa flotar, en algunas de sus formas personales. Bolla, en cambio, es el verbo bollar conjugado, que se refiere a la acción de poner un fabricante su sello en textiles o abollar algo de un golpe.
Cuándo usar boya
Boya es un sustantivo femenino; se refiere a aquel artefacto flotante que se emplea en mares, lagos o ríos como señal de advertencia, así como un objeto flotante que se le pone a una red de pesca para que los pescadores sean capaces de ubicarla cuando la red se hunda.
Por ejemplo:
- Los salvavidas alertaban a los bañistas a no ir más allá de la boya.
- El pescador amarró la boya a la red y la echó al agua.
Boya es también el verbo boyar conjugado en segunda (usted) o tercera persona (él, ella) de singular de presente en modo indicativo. Se usa en referencia a un objeto o embarcación que flota, también se usa en sentido figurado.
Por ejemplo:
- El barco boya en las aguas del canal.
- La economía del país boya desde el tercer trimestre.
Cuándo usar bolla
Bolla es el verbo bollar en su forma de segunda (usted) y tercera persona (él, ella) de singular de presente en modo indicativo; significa poner un sello a los textiles por parte del fabricante, así como, coloquialmente, abollar algo de un golpe.
Por ejemplo:
- La fábrica bolla los tejidos para que se sepa su procedencia.
- El carro bolla la moto si se le acerca mucho.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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