La diferencia entre aptitud y actitud es que aptitud significa capacidad, competencia o habilidad, mientras que actitud se refiere a la disposición o forma de actuar o comportarse ante algo o alguien.
Como tal, actitud y aptitud son palabras parónimas, lo que significa que, pese a que son parecidas, presentan algunas diferencias entre sí en su grafía y pronunciación.
Cuándo usar aptitud
Aptitud es un sustantivo femenino; designa la capacidad de alguien para desempeñarse competentemente en alguna actividad, industria o arte; asimismo, se usa en referencia a las capacidades de alguien para ejercer un cargo, función o tarea. Dicho de otro modo, tener aptitud para algo es ser apto.
Por ejemplo:
- Sus aptitudes para ocupar el cargo de la dirección son indudables.
- Esta muchacha tiene una gran aptitud para el canto.
- Por mucho que se esforzara, carecía de aptitudes físicas para el atletismo.
Cuándo usar actitud
Actitud es un sustantivo femenino; es la disposición que una persona manifiesta ante alguien o algo; es sinónimo de voluntad o ganas. Por otro lado, actitud es también la postura del cuerpo cuando expresa un sentimiento o una emoción.
Por ejemplo:
- Me gusta mucho la actitud de ese chico para ocupar el puesto de redactor junior.
- Es un estudiante brillante, pero sin actitud para afrontar las dificultades de la enseñanza superior.
- La actitud positiva es muy importante.
- Su actitud revelaba incomodidad ante la situación.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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