La palabra correcta es abrir. No es apropiado emplear el término aperturar como equivalente del verbo abrir.
El verbo abrir se refiere a la acción de ‘descubrir o destapar algo que estaba oculto’, ‘iniciar una actividad’, ‘hacer algo patente o manifiesto’, ‘separar lo que estaba junto’, entre otras cosas.
Como tal, aperturar es un verbo que deriva de la voz sustantiva apertura, que significa ‘acción de abrir’. Coloquialmente, la palabra ha venido imponiéndose en el lenguaje, sobre todo en el ámbito bancario, para hacer referencia al ‘acto de hacer apertura de una cuenta bancaria’, y de allí se ha ido extendiendo a otros ámbitos.
Por esta razón, podemos encontrar en el lenguaje cotidiano ejemplos de su uso como los siguientes:
- Hoy Andrés va a aperturar una cuenta en el banco.
- Aperturaron un nuevo proceso judicial.
- La empresa pretendía aperturar nuevos negocios en otras latitudes.
- Las oficinas de la compañía se aperturarán el próximo lunes.
- Los dirigentes exigían aperturar las urnas electorales.
No obstante, en todos los casos anteriores, lo correcto habría sido escribir:
- Hoy Andrés va a abrir una cuenta en el banco.
- Abrieron un nuevo proceso judicial.
- La empresa pretendía abrir nuevos negocios en otras latitudes.
- Las oficinas de la compañía se abrirán el próximo lunes.
- Los dirigentes exigían abrir las urnas electorales.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.

Deja una respuesta