Tanto ahí como allí son adverbios demostrativos que se emplean para hacer referencia a un lugar que, en relación con la persona que habla, se encuentra alejado (ahí), o más alejado (allí).
Ahí, pues, sería equivalente a ‘ese lugar’, mientras que allí equivaldría a ‘aquel lugar’. En este sentido, ambos están relacionados con la ubicación del hablante y su percepción de la distancia en relación con el lugar a que hace referencia.
No son, en teoría, intercambiables, no obstante, los hablantes suelen usar uno y otro de manera indistinta sin que esto produzca un cambio sensible en su significado. A continuación, algunas claves para diferenciarlos.
Cuándo usar ahí
Ahí es un adverbio demostrativo; puede emplearse en referencia a un lugar que es relativamente próximo a la persona que habla o a su interlocutor, también puede utilizarse como equivalente a ‘entonces’ en alusión a un tiempo o momento, o para hacer referencia a algo que se acaba de mencionar.
Por ejemplo:
- Hace años que Julián vive ahí.
- Quiero llevarte ahí, al parque, a caminar.
- Quisiera estar ahí contigo.
- De ahí del sótano provenían los ruidos.
- Las cosas empezaron a torcerse y ahí empezó el caos.
- Los niños prometieron de ahí en adelante hacer las tareas con tiempo.
- Hizo una brillante presentación, de ahí su confianza con el jurado.
Cuándo usar allí
Allí es un adverbio demostrativo; puede usarse en referencia a un lugar que se encuentra lejos en relación con la persona que habla o su interlocutor. Precedido de preposición, puede usarse con el significado de ‘entonces’.
Por ejemplo:
- Yo viví allí en Buenos Aires muchos años.
- Iré allí a hacer mis estudios de postgrado.
- Caminaremos a la estación y de allí tomaremos un tren hasta la ciudad.
- Tuvieron un desencuentro y de allí en adelante no volvieron a hablarse.
- Perdí muchos años en una carrera que no me gustaba, fue allí cuando supe mi verdadera vocación.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.