La forma correcta de escribir esta palabra es afición. La grafía aficción es incorrecta y se recomienda evitarla.
Afición es un sustantivo femenino; se emplea para designar diferentes cosas: el gusto o atracción que se siente por alguien o algo, el conjunto de personas que se interesan por una actividad o espectáculo, el cariño que se siente por alguien, o una actividad que se hace por placer con cierta frecuencia. La palabra, como tal, proviene del latín affectio, affectiōnis, que significa ‘afección’.
Por ejemplo:
- Siento una gran afición por este cuadro.
- La afición coreó el nombre de su ídolo durante el partido.
- Le tengo gran afición a Marta, pero eso no impide que la discipline cuando es necesario.
- Desde pequeño tuve afición a la lectura de cómics.
La forma aficción es una ultracorrección o hipercorrección, que es el fenómeno en el cual los hablantes deforman de una palabra correctamente escrita para producir una voz que consideran como más culta. De este modo, intentan agregar o quitar el sonido que echan de menos y cuya ausencia atribuyen a la pronunciación coloquial.
En el caso de afición, los hablantes pueden sentir la necesidad de restituir un grupo consonántico -cc-, que consideran perdido en el habla cotidiana, asociando la formación de la palabra afición con otras voces de la lengua como reacción, dicción o afección, que sí lo poseen. Sin embargo, la forma aficción es incorrecta y la palabra correcta es, en efecto, afición.
Un caso similar tiene lugar con la voz sujeción, a veces deformada como sujección.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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