Lo correcto es escribir acoger, con g. Es incorrecta y conviene evitarse la grafía acojer, con j. Acoger es un verbo que procede del latín accolligĕre, de colligĕre, que significa ‘recoger’, lo que indica que desde su forma etimológica original la palabra se escribe con g.
Acoger significa admitir o aceptar a alguien en la casa o como compañía, admitir o aprobar algo, recibir con alegría la ocurrencia de un hecho o la presencia de alguien, así como proteger o amparar a una persona.
Por ejemplo:
- Patricia nos acogió en su casa para que pasáramos la noche.
- No acogió la decisión precisamente con alegría
- La familia acogió la noticia del nacimiento del bebé como un acontecimiento nacional.
- Los refugiados dicen no sentirse acogidos en Turquía.
Acogerse, en su forma pronominal, por su parte, significa refugiarse o retirarse, invocar los beneficios que corresponden según norma o costumbre, así como esgrimir pretextos para disimular algo.
Por ejemplo:
- Los soldados se acogieron en una cueva hasta el amanecer.
- Me acojo al artículo 350 de la constitución para manifestar mi rechazo al gobierno.
- Se acogió a la lluvia para pretextar su ausencia en la fiesta.
A la hora de escribir la palabra acoger es común que se presente la duda de si escribirla con g o con j, pues la j y la g antes de e, i son fonéticamente iguales, es decir, se pronuncian igual.
Sin embargo, lo cierto es que acoger es un verbo que en algunas de sus formas personales también se escribe con j, como en los siguientes casos:
Primera persona de singular de presente en modo indicativo:
Formas de presente de subjuntivo:
- Yo acoja
- Tú/ vos acojas
- Usted/ él/ ella acoja
- Nosotros/ nosotras acojamos
- Vosotros/ vosotras acojáis
- Ustedes/ ellos/ ellas acojan
Segunda persona singular y plural de imperativo:

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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