Acecho significa esperar por algo o alguien con cuidado o discreción. Asecho, por su parte, se refiere al engaño o maquinación que se arma contra una persona.
Acecho y asecho son palabras homófonas en la mayor parte del universo hispanohablante, donde s y c (antes de e, i) tienen el mismo sonido. En España, por su parte, su pronunciación sí es distinguible, de modo que son consideradas palabras parónimas.
Cuándo usar acecho
Acecho es un sustantivo masculino, significa esperar o aguardar por algo o alguien con cautela y discreción.
Por ejemplo:
- Los comerciantes denunciaban el acecho de un ladrón en las inmediaciones del barrio.
- Los mendigos esperaban junto a los cubos de basura, al acecho.
Acecho, asimismo, puede ser también el verbo acechar en primera persona de singular de presente de indicativo, y se refiere al acto de aguardar o esperar con cautela. Por ejemplo: “Yo acecho la llegada del director de la empresa junto a la puerta”.
Cuándo usar asecho
Asecho es un sustantivo masculino; se emplea como sinónimo de asechanza, que se refiere al engaño o artificio que se urde o trama para perjudicar a alguien.
Por ejemplo:
- El gobierno vivía un periodo de inestabilidad, siempre atento al asecho de golpistas.
- El asecho de la mafia en la ciudad preocupaba a toda la comunidad.
Asecho, a su vez, puede ser el verbo asechar en la forma de primera persona de singular de presente en modo indicativo; significa armar asechanzas. Por ejemplo: “No asecho sino para conseguir lo que me corresponde”. Es un verbo poco usado en la actualidad.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.

Deja una respuesta